jueves, 4 de abril de 2013

El carrusel de la noche brillante, las sábanas y el anhelo del profiterol.

En una corteza naranja, de sable, de saliva dulce, de olor a tacto y besos de polvo. Desconectando el azul, entre manos de seda. Poder ver con los ojos cerrados, gasas blancas que tiran al oscuro, amores no versados, pero si pensados. Dos caballos de carrusel, moviéndose en una espiral con principio, final y una blasfemia hermosa de ojos moros. Morder tu alma, con miel en la nuca. Nunca empezar sin acabar. Un sol que corre, por no estar a la altura de tu guillotina de paz. Dos triángulos de luz en mi espalda. Rompiendo escamas, duendes de pimienta y nata con un sueño no cumplido. La diosa que brama. Le daría mil versos y un cíclope por poder acariciar esa luz de océanos de fuego y piel salada, dorada, de balanza esbelta. Con un mohín rojo, fiero. Una salamandra única de tacón de aguja y una pluma de faisán. Una liga negra con pistola. Nuestra boca. ¿Tú también?. Quizás el cielo que surcaste, no estaba ahí. Espérame. Solo cuando las manos de seda me agarren fuerte. Solo cuando sean las tuyas. Un centauro abrazará a la luna por la caderas mientras escribe en sudor, su nombre. Quebrando el frasco de odio con memorias gordas, sofocadas. De fotos hechas en pimienta y caldo de ángeles.